domingo, 14 de agosto de 2022

La furiosa carta de un espectador contra el nuevo programa de Marcelo Tinelli

 LA FURIOSA CARTA DE UN ESPECTADOR CONTRA EL PROGRAMA DE MARCELO: "PATÉTICO EL PROGRAMA DE TINELLI"

Anoche me puse a mirar el programa de Tinelli, porque participaba una profesora mía de canto.

Demás está decir que mi profesora es impecable cantando, con estudios, con trayectoria, con experiencia.

Eso no significa que era obligación que le fuera bien, es un certamen.

Pero, lo loco y absurdo, es que tenía como jueces a "L-Gante" por ejemplo, o a otros personajes del patético circo Tinelli que jamás tomaron un instrumento en su vida o jamás estudiaron música. Jueces que hacen tributo, es decir imitan.

Valoro la presencia de Manuel Wirzt , un capo total que fue el primero en calificar bien a la Paranaénse. (No sé qué hace Manuel allí, genio showman total) al lado de un Cristian Castro (gran cantante) irreconocible con una onda Chavo del 8, y otros inventos pintorescos de Tinelli de dudosa fama, que parecen más una tribuna de "desesperados por ser", en franca caída libre. 

Ojo! Valoro la cumbia, pero la buena.

La frutilla del postre fue escuchar a Tinelli llamando "Maestro" a L-Gante y decirle que es el representante de nuestra cultura musical, que se exporta, (haciendo alusión a que hizo presentaciones en México).

NO TINELLI. NO!

Los representantes de la Cultura y Música Argentina son otros, en todos los géneros, desde Piazolla a Charly García, Cerati, Spinetta, etc.

De hoy? Eruca Sativa.

Incluso en los nuevos sonidos.

Los representantes de nuestra BUENA cultura  jamás tendrían algo que ver con Legante (nada personal contra el chico, que escuchándolo hablar me parece cero maldad y buena onda).

Pero Tinelli, hay que dejar de embrutecer.

Sos lamentablemente un tipo importante en la escena mediática.

No miro tu programa, anoche fue por una razón extraordinaria.

No todo lo que significa plata o fama es bueno.

Que no se interprete que todo lo nuevo es malo, pienso que hay buenos cantantes nuevos, no lo dudo, en esa nueva forma de decir en el arte de cantar.

Tinelli, yo pienso que has tenido muchísimo que ver con las pobres pretensiones culturales de este chistoso país y su bizarra programación.

La furiosa carta de un espectador contra el nuevo programa de Marcelo Tinelli

Fuente: Facebook

miércoles, 3 de agosto de 2022

La primera vez que Thurston y yo vimos a Nirvana

La primera vez que Thurston y yo vimos a Nirvana

LA PRIMERA VEZ QUE THURSTON Y YO VIMOS A NIRVANA fue en la famosa sala de conciertos Maxwell’s, en Hoboken, Nueva Jersey. Bruce Pavitt, el fundador del sello Sub Pop, me dijo que
si me gustaba Mudhoney, lo cual era cierto, entonces me «encantaría Nirvana», a lo que añadió: «Tienes que verlos en directo. Kurt Cobain es como Jesús. La gente lo adora. Prácticamente camina sobre el público». Bruce había creado Sub Pop como un servicio de casetes a suscripción antes de pasar a los singles de siete pulgadas, incluido el de Nirvana titulado «Love Buzz». Sonic Youth había hecho un split single con Mudhoney en el que nosotros hacíamos una versión de su «Touch Me I’m Sick», mientras que ellos versionaban nuestra canción «Halloween». Tanto Thurston como yo habíamos oído «Love Buzz», y nuestra amiga Susanne había diseñado las galletas. Nirvana ya eran populares en Seattle, y sentíamos curiosidad por ver de qué iban. Nirvana eran fantásticos en directo, y Thurston y yo, como el resto del mundo, nos identificamos inmediatamente con aquella mezcla de buenas melodías y disonancia. Nirvana parecían en parte hard-core, en parte Stooges, pero como usaban aquel efecto cursi, el del pedal Chorus, eran más new wave que punk. Nadie más podía utilizar aquel pedal Chorus —que produce el efecto brillante que se escucha en la guitarra de la intro de «Come as You Are», por ejemplo— y seguir siendo punk. Como intérprete, Kurt Cobain era increíblemente carismático y parecía estar muy en conflicto consigo mismo. Podía estar tocando una bonita melodía y, al minuto siguiente, destrozar todo el equipo. Personalmente, me gusta cuando las cosas se desmoronan —eso es entretenimiento de verdad, deconstruido—. Entre semana, Maxwell’s a veces estaba tranquilo, y la noche en que aparecimos por allí, no había demasiados asistentes, tal vez entre diez y quince personas. Aparte de Kurt, Nirvana tenía un segundo guitarra, y yo sabía por Bruce que Kurt no estaba contento con él. Se notaba que el grupo no estaba dando su mejor concierto, pero también era obvio que allí estaba pasando algo interesante. Al día siguiente fuimos a verlos al Pyramid Club del East Village. El club estaba prácticamente lleno. Me sorprendió encontrarme con Iggy Pop, pero supongo que él también quería ver a qué venía tanto alboroto. Kurt acabó destrozando los bombos y casi consiguió tirar un amplificador por las escaleras de caracol que bajaban del escenario al camerino. Tanto a Thurston como a mí nos pareció un concierto increíble. Recuerdo que a Iggy no le impresionó tanto. Después fuimos al backstage. Kurt nos contó que acababa de despedir al guitarra y al batería. Al tenerlo delante, Kurt parecía pequeño, más o menos de mi misma altura, aunque él medía metro setenta y cinco y yo solo metro sesenta y cinco. Tenía unos ojos grandes, llorosos, levemente atormentados. No sé por qué, pero inmediatamente sentí afinidad con él, una de esa clase de conexiones mutuas en plan «veo que tú también eres una persona supersensible y emocional». A Thurston no le pasó lo mismo con Kurt, pero fue él el primero en mencionar que Kurt y yo habíamos conectado enseguida e inexplicablemente rápido. No era el mismo tipo de intimidad como la que Kurt tenía con Kathleen Hanna de Bikini Kill ni con Tobi Vail, que era su novia, ni con cualquiera de sus amigos varones con los que había crecido.

 Cuando Kurt estaba en el escenario, era sorprendente ver la cantidad de energía emocional que surgía de lo más profundo de su cuerpo —un áspero torrente de voz—. No eran gritos ni chillidos, ni siquiera acritud punk, aunque sonara sobre todo a eso. También había momentos en que su voz era tranquila, grave, parecida a un gemido, en los que Kurt parecía estar medio ronco, y entonces se tiraba contra la batería, que, con su ira y su frustración, parecía querer destrozar por completo. Siempre parecía estar actuando en su propia contra. A diferencia de Kurt, que era tan pequeño físicamente, Krist, el bajo de Nirvana, era enorme. Además, se mostraba impertérrito ante lo que estuviera sucediendo en el escenario; siempre recordaré a Krist arrojando su bajo hacia arriba en el aire sin que este le alcanzara ni una sola vez (salvo en los premios MTV Video Music Awards) ni causar desperfectos en su instrumento. Kurt, que tocaba guitarras para zurdos, se cargó tantas guitarras que acabó viéndose obligado a tocar las normales para diestros. Pero su destructividad era diferente a la de Pete Townshend o la de Jimi Hendrix cuando estos rompían sus guitarras. Había cierta vulnerabilidad en Kurt que ellos no tenían, mezclada con un punto de explosividad brutal y un deseo de transmitir cosas y conectar con el público más allá de la música. Cuando Nirvana vino de gira con nosotros en 1991 antes del lanzamiento de Nevermind, nadie los conocía en Europa. A menudo eran el primer grupo en tocar en los festivales y dieron conciertos increíbles que fueron filmados por Dave Markey, el director que nos acompañó para documentar la gira, que más tarde se convertiría en el documental 1991: The Year Punk Broke54 . La película tenía muchos momentos divertidos de autocomplacencia desmesurada básicamente, era una parodia de los rockumentales. Kurt estuvo gracioso todo el tiempo y fue divertido estar con él, y parecía querer absorber cualquier tipo de atención personal que le fuera dada. Siempre que coincidíamos, me sentía como una hermana mayor, casi como una madre, y eso se aprecia en la película. Más adelante, poco después de que Kurt y Courtney estuvieran juntos y tuvieran a su bebé, Frances Bean, tocamos en Seattle, y ambos nos vinieron a ver. Después del concierto, Kurt me acorraló en el camerino. «No sé qué hacer», me dijo. «Courtney cree que Frances me prefiere a mí que a ella.» Alguien nos sacó una foto justo en ese instante. Yo estoy de espaldas a la cámara y recuerdo perfectamente la conversación, tan reveladora en varios sentidos: en primer lugar, Kurt no tenía nadie a quien pedirle consejo y con quien se sintiera a gusto; en segundo lugar, sí, Courtney estaba completamente ensimismada; y, para acabar, Kurt probablemente pasaba más tiempo con Frances que Courtney. 

Al volver la vista atrás, no puedo imaginarme cómo sería su existencia en medio del caos de una vida alimentada por la droga y me cuesta creer que solo estuvieran juntos un par de años. Se tarda tan poco tiempo en forjar una vida, o, en este caso, una marca…

Estaba tumbada en la cama de Daisy cuando sonó el teléfono. Daisy me lo pasó: era Thurston. Me dijo que tenía malas noticias. Lo primero que pensé fue que me diría que Mark Arm, el cantante de Mudhoney, había sufrido una sobredosis. Mark no tomaba drogas de manera regular, pero más de una vez había tenido una sobredosis, y yo temía que Thurston mencionaría el nombre de «Mark» y no procesé lo que me estaba diciendo… que Kurt se había pegado un tiro, que Kurt estaba muerto. Por supuesto, la noticia me dejó totalmente conmocionada, aunque no me sorprendió del todo. Algún tiempo antes, había tenido lugar un incidente en Roma en el que Kurt había sufrido una sobredosis, pero nunca se esclarecieron los detalles. Sin embargo, estaba claro que Kurt había estado tomando un camino aún más oscuro y, tras conocer a Courtney, era solo cuestión de tiempo hasta que acabara autodestruyéndose del todo. Pero yo estaba destrozada y me sentía como si me estuviera moviendo a cámara lenta dentro de un sórdido sueño Mi primer impulso fue salir a un mundo limpio y normal y hacer cosas normales, cotidianas. Recuerdo que caminé hasta la galería de Pat Hearn, donde mi buena amiga Jutta Koether estaba montando una exposición. Además de a otros artistas, Jutta me había pedido que contribuyera a su instalación —una exposición dentro de una exposición—. Contarle a Jutta lo que había pasado, pronunciar las palabras en voz alta, se me hizo muy extraño. Las palabras se quedaban muy cortas para transmitir la sensación de pérdida que todo el mundo, no solo yo, estaba viviendo. La noche posterior a la muerte de Kurt, durante una ceremonia pública conmemorativa con velas, pusieron una grabación de Courtney leyendo en voz alta la nota de suicidio de Kurt. Mientras transcurría la vigilia, Courtney apareció en persona y comenzó a repartir ropa de Kurt entre los fans. Fue como si estuviera dando los primeros pasos hacia su destino —una plataforma de fama e infamia—. Una semana después de la muerte de Kurt, Hole lanzó su álbum de debut en una major, Live Through This, el cual elevó a Courtney a un nuevo tipo de estrellato perverso. El momento no podía haber sido más oportuno.

El luto público ya había comenzado, y me pareció traumático. Las camisetas de mal gusto con la cara de Kurt ocupaban las aceras de Nueva York, las canciones de Nirvana sonaban en todas las emisoras de radio. Mientras escribo esto, han pasado veinte años desde la muerte de Kurt. Coco cumplirá los veinte este verano. 1994, el año en que nació mi hija y el año en que murió Kurt, fue, posiblemente, el año más feliz de mi vida, aunque también fue agridulce, el más extremo de mi vida en lo que respecta a la alegría y a la tristeza. Es curioso lo mucho que pienso en Kurt. Siempre fue tan proclive a la amabilidad, con su lado vulnerable, pasivo. Uno de los elementos de su autodestructividad fue elegir a Courtney para alienarse de todo el mundo que le rodeaba, al mismo tiempo que la fama le fue alienando de cualquier tipo de comunidad que pudiera tener. Siempre recordaré también su menudez, su delgadez, su apariencia frágil, como de hombre viejo, con aquellos ojos grandes, iluminados, inocentes, infantiles, como platos, como planetas anillados. Sin embargo, en el escenario era valiente y algo aún más temible. Existe un punto en que la valentía se transforma en autoaniquilación, y él estaba muy familiarizado con ese espacio. La mayoría de la gente que vio en directo a Nirvana jamás había presenciado aquel grado de autolesión en nadie, cuando se abalanzaba sobre la batería como si estuviera en una danza de la muerte negociada en privado. Hace unos años, Frances vino a vernos tocar en el Hollywood Bowl y después vino al backstage. Parecía tan dulce… Le dimos algunas fotos viejas de ella con su padre de cuando era pequeña. Siempre me preguntaré por ella, por cómo le va.

Extraído del libro "La chica del grupo" el libro de memorias de Kim Gordon.

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